domingo, 8 de abril de 2012

Pura Ruz, exempresaria y promotora cultural

"Con la excavadora delante, nos empeñamos en que no siguieran destrozando Córdoba"


Pura Ruz con su perrito, junto a uno de los retratos que le hizo Pedro Bueno.

 

 


Pura Ruz con su perrito, junto a uno de los retratos que le hizo Pedro Bueno.
SÁNCHEZ MORENO

ROSA LUQUE 08/04/2012

NACE EN JAÉN (1934).

TRAYECTORIA: MUJER IMPLICADA EN EL MUNDO DE LA CULTURA, FUE EMPRESARIA Y CANDIDATA POR EL CDS A LA ALCALDÍA DE CÓRDOBA.

Es alta y delgada, y tiene un punto de tenue exquisitez tan magnética que se sobrepone a las arrugas y canas, llevadas sin disimulos. Parecería frágil si no fuera por la mirada incisiva y su voz grave, un vozarrón capaz de poner firme al más pintado. Así es Pura Ruz, una mujer que durante muchos años canalizó su energía y su fuerza, que son muchas, fundando asociaciones culturales o metida a empresaria y política por azar. Ahora, sin poder ya conducir por prescripción de sus hijos y, por tanto, con las salidas más limitadas, se desfoga en el gimnasio y mimando las flores de su casa. En ella, un bonito chalet del Tablero con atmósfera de otra época, nos recibe rodeada de antigüedades y sin miedo a mirar atrás.

--Con tanta presencia social como ha tenido usted, se la ve ahora poco en los ambientes culturales que frecuentaba. ¿Es que ya no la atraen?

--Bueno, lo que sucede es que entre el deporte, mis dos perros y mi jardín tengo que me sobra. Todos los días me ando en la cinta del gimnasio tres kilómetros, y con los perros no digamos, me agarro al dicho de que "cuando más trato a la gente más quiero a mis perros". Bajo a Córdoba muy poco, a cosas muy puntuales.



--Siempre ha parecido cómoda y desenvuelta en la escena pública, incluso en su fugaz paso por la política. Aunque yo como más me la he imaginado siempre es como una de aquellas damas ilustradas que animaban los salones intelectuales del siglo XIX.

--También me siento muy cercana a temas de la liberación de la mujer. Pero sí, es cierto, yo me veo así como dices, porque son cosas que me gustan muchísimo. La música, la pintura y la poesía para mí son tres artes indiscutibles. Tenía un grupo de artistas amigos y nos reuníamos en mi casa de la calle Martínez Rücker; lo sigo teniendo, lo que sucede es que ya nos vemos muy poco.



--¿Quiénes pasaban por aquella casa, tan pegada a la Mezquita?

--Entre los pintores, Pepe Morales, Ginés Liébana, Miguel del Moral... Mis amigos pintores me hicieron unos retratos fantásticos, a cada uno de mis cuatro hijos le he regalado uno. Pedro Bueno me hizo dos. Pedro me llamaba siempre que venía a Córdoba. Era mi gran amigo y yo era su gran amiga.



--Tengo entendido que su amistad con Pedro Bueno venía de antiguo, como una especie de herencia paterna de cuando vivieron en Villa del Río, ¿no?

--Sí, porque aunque mi familia es de Jaén, nosotros nos fuimos a Madrid, y al volver a Andalucía primeramente vinimos a Villa del Río. Allí estuvimos dos años, hasta que nos hicieron en Córdoba el chalet de Villa Ruz. Mis padres, y nosotros los niños, fuimos muy amigos del médico Jacinto Mañas y sus hijos, dos grandes poetas, Jacinto y José Luis, Pepitín, mi gran amigo, que ya murió. Y Pedro Bueno, cuando desde Madrid iba a Villa del Río, donde tenía casa, siempre se reunía con mi padre y con don Jacinto. "A esta niña la tengo que pintar", decía, porque yo con 15 años tenía el óvalo facial de las mujeres que él pintaba.



--¿Y a Matías Prats, otro ilustre villarrense, también lo conoció por aquel entonces?

--Claro, pero no tuve mucha conversación con él porque eran los señores mayores los que se reunían. Luego sí he tenido más contacto. Un hombre de una valía tremenda, cariñosísimo. Su hijo Matías, el de Antena 3, es ahijado de Pedro Bueno.



A Villa del Río había llegado con 14 años junto a su familia porque el padre, representante de comercio, cada vez trabajaba más en el área de Andalucía. "Y siendo él y mi madre andaluces de pura cepa --dice-- siguió el consejo de los amigos y dejamos Madrid". Se le pasa por delante a Pura Ruz como si hubiera sido ayer aquel primer viaje en tren hacia el Sur, y el impacto que a ella y sus hermanos les causó el mar verde que inundó el horizonte tras pasar Despeñaperros. "Hijos míos, de ahí sale el aceite --nos explicó mi madre emocionada--. Estáis en vuestra tierra".

--Encontraría muchos contrastes entre la capital de España y un pueblo andaluz en aquellos duros años de postguerra.

--Muchísimos, y mis padres más aún. Por ejemplo, mi madre salía vestida sin mangas a esperar a mi padre en un bar y, bueno, para el pueblo era un escándalo. Y si se echaba un cigarrito ya ni te cuento. Ella, altísima, morena y guapísima, pues imagínate... Pero yo a Villa del Río lo quiero mucho.

--¿Cómo fueron aquellos dos años de plena adolescencia?

--A mi hermana y a mí nos compraron las primeras bicicletas para chicas que llegaron al pueblo. Nos íbamos al campo con mi padre, que era un gran cazador, y eso de ir en bicicleta, aunque llevábamos falda pantalón, era suficiente para que nos llamaran "marimachos". Y en el Paso las Señas, donde había un molino, nos enseñó mi padre a nadar. Nos ataba con una soga y nos tiraba al río. Y luego ya aquí en Córdoba le decían: "Mire usted, don José, que es una barbaridad que las niñas vayan a bañarse al río...".



--¿A qué jugaban?

--Jugábamos al lapo. Nos sentábamos en el portal, hacíamos corros y uno que corría por detrás soltaba la correa y sin darte cuenta se enredaba a pegar. También jugábamos al látigo, echando pies uno frente a otro, y el que montaba, porque ya no cabía otro pie, elegía al que jugaba, tirando de una fila de niños corriendo en zig-zag, de ahí lo de látigo.



--Pues vaya juegos brutos, ¿no?

--Eran juegos de niños, no de niñas, pero a mí me escogían porque era tan bruta como ellos. A mí me gustaban, aunque más de una vez me desollé las rodillas. Por carnaval nos poníamos en corro y nos echábamos unos a otros un botijo o incluso un cántaro vacío, y al que se le caía al suelo le liaban la de San Quintín (ríe). Son cosas muy entrañables que gusta recordar.

Otras no tanto, como su infancia madrileña, en la que convivieron alegrías y penas, igual que en la de cualquier persona de su generación. Teniendo ella un mes de vida, en 1934, llegaban los Ruz a un Madrid republicano donde ya se afilaban los cuchillos de la guerra. "A mi padre lo llamó su hermano Antonio para que le ayudara en el negocio, y vivíamos en un chalet de Chamartín frente al de mi tío --dice--. Teníamos un san bernardo, y como siempre me han gustado tanto los perros, siendo un bebé echaban una manta en el jardín y me dejaban a su cuidado; y no había perro callejero que no recogiera mi padre".

Luego estalló la contienda y las cosas se pusieron feas. Empezó a escasear todo y el padre pasó de comerciante próspero a tener que sobrevivir a base del trueque. "Los alimentos se freían con sebo, no había aceite ni sal, así que mi padre los traía de Andalucía y junto a los huevos de las gallinas que criaba mi madre en el huerto, los canjeaba por otros artículos", recuerda Pura Ruz mientras enhebra un cigarrillo tras otro, sosteniéndolos en la mano con tanta sofisticación como si usara boquilla.

--¿Fue muy traumática la guerra para su familia?

--Hombre, pues sí... Estábamos en zona roja, muy castigada. No se podía tener la luz encendida de noche ni oír la radio. Mis padres se acostaban y escuchaban Radio Pirenaica bajo la ropa de la cama. Eran progresistas, liberales como yo, pero sin pertenecer a ningún partido. Lo peor era que los niños y la muchacha dormíamos en colchones bajo la cama de mis padres. No entendíamos por qué, hasta que supe de mayor que era para que muriésemos todos juntos si caía una bomba.



--Me han dicho que durante la guerra su padre fue conductor de ambulancias de la Cruz Roja y su madre enfermera. ¿Fue así?

--Mi madre había trabajado en Jaén con el cirujano don Julio Corzo, y este le facilitó entrar en el quirófano del Hospital Militar de Madrid. Ella y mi padre tuvieron que afiliarse a la UGT, porque si no nadie les daba trabajo. El conducía una ambulancia de Cruz Roja, y cuando las cosas se pusieron insoportables huimos de Madrid todos, mis tíos y primos incluidos, en esa ambulancia. Atravesamos el frente con mi madre delante, con el brazalete puesto y tocando la campanilla como si fuera una emergencia, y nos refugiamos con mi abuela en Ubeda. Luego volvimos a Madrid, muy cambiado tras la entrada de los nacionales.

--Hablemos de la llegada a Córdoba. ¿Qué ciudad se encontró?

--Llegamos en 1950. Vivíamos en Villa Ruz, un chalet que enton

ces estaba a las afueras, frente a lo que luego fue Aqua. La Córdoba de entonces era muy diferente a la de hoy, pero más avanzada que Villa del Río. Era una ciudad pueblerina pero muy bonita. Bajábamos con la muchacha a La Corredera, a comprar el pescado a Santos, y se respiraba algo de más libertad que en el pueblo. De todas formas chocaba que mi madre luciera tacones altos. Y mis hermanas y yo solo podíamos salir una vez en semana y con mi hermano, el resto de los días bordábamos.



--¿No estudió usted?

--Ya de mayor hice Artes y Oficios por consejo de Antonio Povedano, porque veía que me gustaba pintar. Estaba en la clase de Rosario Castejón cuando el golpe de Estado, y mi hijo Antonio vino a recogerme para que no me pasara nada.



--¿Qué ambientes frecuentaba?

--Iba al Círculo de la Amistad, mis padres eran socios. Allí me vestí de largo, y bailábamos "con el cerrojo echado", para que el otro no se te arrimara. Pero sobre todo mi mundo ha estado entre pintores y poetas como Carlos Clementson, que es de Villa del Río. O con músicos como Eduardo Lara, que fue primer violinista del Liceo catalán, y Rafael Quero. Nos reuníamos en su casa, iba Carmen Blanco y cantaba... Pero la Córdoba de antes no es la de ahora.



--¿En qué hemos cambiado?

--Hemos cambiado a peor. En aquel grupo de amigos había gente a la que se le hacía caso. Ana María Vicent, la directora del Arqueológico, hizo muchísimo por Córdoba. Creó las Asociación de Amigos del Arqueológico para que le ayudásemos a que no destrozasen más la ciudad, donde habían desaparecido ya muchos palacios y restos del pasado. Tanto que cuando Julio Anguita, siendo alcalde, quiso construir un aparcamiento en el Gran Capitán cargándose los restos arqueológicos, nos metimos en el foso Pedro Bueno y yo diciendo "No nos moverán". Y no nos movieron. Teníamos la excavadora delante, pero nos empeñamos en que no siguieran destrozando Córdoba.

Es curioso que, siendo Pura Ruz una mujer de carácter fuerte e independiente, contrajera pronto matrimonio, a los 21 años, con Luis La Torre, un veterinario que acabaría de empresario metalúrgico. "Compramos una finca piloto y una nave en Virgen de la Salud, donde se fabricaban jaulas y apriscos para la estabulación --recuerda--. Como tenía a los niños mediopensionistas en el colegio me iba a la fábrica a ayudar a mi marido". Una experiencia que habría de servirle de mucho, porque si se casó joven, también joven enviudó, lo que la obligó a coger las riendas de la empresa.

--¿Cómo afrontó su etapa de empresaria?

--Muy mal, por muchas razones, yo no era empresaria ni tenía las capacidades de Luis, un hombre culto e inteligentísimo. Nos habíamos separado y yo me fui a Madrid con mis hijos. El enfermó y, estando al frente de 78 empleados, se encontró con que ellos, por los que tanto había luchado, no le echaron una mano. Muere él y yo me hago cargo de la empresa, pero ya llevaba dos años en pérdidas. Tuve que cerrarla en el 73, pero antes, para ver si tenía viabilidad, contraté a Manolo Rubia, que estaba en Cenemesa y era dirigente de Comisiones Obreras, y a Balmón.



--¿Balmón el del Grapo?

--Sí, sí, el mismo. José Balmón era un tornero de precisión para descubrirse ante él, no el loco que luego han pintado. Por haber sido del Grapo no lo querían en ningún lado, y Martínez Bjorkman me lo recomendó. Yo nunca pregunté al que contrataba su afiliación política ni religiosa.



--Pero antes de cerrar la fábrica le dio tiempo hasta de presidir una naciente Asociación de Empresarias de Córdoba. Imagino que serían pocas.

--Había algunas magníficas; una fabulosa era Angelita, la hija de Baldomero Moreno, aunque por ser mujer su padre no quiso que siguiera en el negocio; otras eran María Teresa Suárez, propietaria de la cafetería Magerit; María Victoria Aguilar, que fundó un colegio en La Arruzafa... Lo de la asociación vino porque me enteré de que había un congreso mundial de empresarias en Madrid, y fui para allá. Fui la única representante de Andalucía, y Pilar Díaz Plaja, la presidenta nacional, me encargó que promoviese la idea en Córdoba. Reuní a las empresarias de aquí; con algunas, como María Teresa, fui a congresos, a Mallorca y a Alemania. Pero la gente no se mueve en Córdoba, y aquel intento fracasó. Hoy me alegra ver que las empresarias son mucho más activas.



--¿Tuvo problemas como mujer en un mundo, el industrial, entonces y también ahora gobernado por los hombres?

--Pues sí. Como mujer, me echaban para atrás a cada momento.



--Donde sí se ha movido como pez en el agua ha sido en el terreno de las asociaciones, sobre todo culturales...

--... Y sociales, estoy muy volcada en Adevida, que hace un trabajo fabuloso por las madres. Y sí, en el plano cultural fundé con más gente los Amigos de la Opera, Amigos del Museo Arqueológico, Amigos de Córdoba, la Asociación Beit Sefardí... Es nuestra cultura y hay que defenderla.