Las 8.000 vidas del Reina Sofía
El centro hospitalario de Córdoba es escenario cada díade miles de historias diferentes · Los pacientes reclaman,además de que les curen, un trato cercano e individualizado
Rocío Lopera Actualizado 23.11.2008 ( El Día de Córdoba)
Angustia, miedo, desconsuelo, incertidumbre, preocupación, alegría y, sobre todo, esperanza, mucha esperanza. Miles de sentimientos se mezclan en los pasillos del Reina Sofía, pero cada uno de ellos toma su propio rumbo. Más de 8.000 personas cruzan cada día las puertas del hospital con historias tan diferentes como paralelas, pero que comparten el deseo de encontrar una mano amiga que les alivie su dolor o, en otros casos, comparta su felicidad.
Los pacientes ya no sólo piden a la sanidad pública que les ayude a preservar o mejorar su salud, sino que se haga en un ambiente de comodidad e intimidad. Esta tendencia a la humanización de la Medicina es un valor añadido que los usuarios entienden como un derecho. Ahora los ciudadanos exigen algo más: un médico-psicólogo, una enfermera-confidente o un celador-amigo, del mismo modo que reclaman tener voz y voto en cualquier decisión que pueda afectar a su bienestar. Un camino de largo y difícil recorrido que la Consejería de Salud ha asumido como una prioridad en sus objetivos para lograr la excelencia en la atención.
El Reina Sofía es uno de los hospitales que mejor pulsa la actividad sanitaria de Andalucía. La planta baja del General es un hervidero de personas. Familiares que entran y salen para ver a sus seres queridos, pacientes que reciben el alta médica, otros que ingresan por no saben cuánto tiempo y ciudadanos para los que el hospital es su segunda casa. Tal es el caso de Manuel Borrego, un enfermo del riñón que va al hospital tres veces por semana para someterse a diálisis. Aquí acuden pacientes de avanzada edad o con una situación clínica delicada, explica la doctora Sagrario Soriano, médico de la unidad de diálisis.
Por la particularidad de estos enfermos, el vínculo afectivo es muy importante, reconoce la nefróloga, al tiempo que resalta que en las muchas horas que permanecen enganchados a la máquina "se comparten conversaciones de todo tipo, incluso del ámbito íntimo y familiar".
La buena conexión que existe entre enfermos y personal se percibe a simple vista. Manuel pregunta a su doctora cómo le salieron las magdalenas que él le enseñó a preparar y ella aprovecha la mínima ocasión para resaltar sus buenas cualidades como cocinero. "Somos amigos, nos tuteamos", dice la doctora, al tiempo que Manuel comenta "que contar con esta relación es tener media enfermedad superada".
En la entreplanta se encuentra Medicina Nuclear, un servicio totalmente diferente a la Unidad de Diálisis y desconocido para la mayoría de los pacientes, "incluso para muchos trabajadores del hospital", reconoce su responsable, José María Latre. De entrada, su nombre echa para atrás. "Mucha gente se piensa que aquí hacemos bombas atómicas", bromea el doctor, quien insiste en que precisamente por este concepto negativo la información es "primordial".
Ya en la citación, se les manda una hoja de información y otra de consentimiento para cualquier tipo de prueba, aunque la legislación actual sólo obliga en caso de terapia del cáncer de tiroides y cuando se realiza un test de provocación que puede afectar al paciente. En Córdoba, los controles de calidad son exhaustivos. Chelo Albarrán confirma el miedo extendido que tienen los pacientes cuando entran en la cabina para someterse a una PET o a cualquier otra exploración de medicina nuclear. "Vienen un poco asustados, por lo que tenemos que tranquilizarlos y mostrarles cercanía y normalidad", reconoce esta técnico mientras no quita ojo a uno de los miles monitores repartidos en las diferentes salas del servicio. "Aquí no se pierde de vista al paciente", insiste Latre, mientras señala a un hombre que aguarda sentado a que le toque su turno después de recibir el radiofármaco. Al mismo tiempo, Antonio García sale del "tubo" tras una hora de aislamiento total. Para él la PET no es nueva, una prueba que permite detectar determinados tipos de tumor con máxima precisión. En este espacio, todo es hermético. Las jeringas y la ropa son plomadas y las puertas tienen sensores, una impermeabilidad que contrasta con la calidez de la siguiente parada: el Materno-Infantil.
La zona de partos quizá sea el servicio donde los sentimientos están más a flor de piel. Ramos de flores pasillo arriba, pasillo abajo; peluches que colman las habitaciones; madres primerizas que se desviven en cuidados hacia sus bebés; enfermeras que proporcionan los biberones de los primeros días o padres desconcertados por el insufrible llanto de sus pequeños. Estampas que se repiten en una y otra habitación del Materno-Infantil y que las matronas viven con absoluta naturalidad.
Concha Arrauz lleva 25 años como matrona, a una media de dos partos diarios, da como resultado 12.000 alumbramientos en su intensa trayectoria. Reconoce que muchas mujeres llegan con cierto temor, pero se les calma para que estén tranquilas en el parto y vivan intensamente ese momento único. Mientras conversa, se acerca al canasto en el que reposa plácidamente Alberto, un niño de apenas unas horas de vida que no se inmuta ante el jaleo de la habitación. Su madre, aún recuperándose en el paritorio, explica que no tiene palabras para describir lo que siente. Ya en planta, Belén Romero nos presenta orgullosa a su hija Marta. "Más que nervios, sentí dolor, mucho dolor", recuerda esta madre primeriza, al tiempo que resalta su confianza en la sanidad pública. Las abuelas de la recién nacida también destacan su tranquilidad. Concha Arrauz explica que, afortunadamente, los problemas durante el parto son mínimos, pero cuando se producen también se viven escenas de sufrimiento que requieren una complicidad especial.
De camino al Servicio de Cardiología hay que pasar por la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), probablemente una de las salas de espera más saturadas de todas cuantas hay en el Reina Sofía. Loli y Ana no dejan de mirar el reloj. "Tenemos a nuestro padre ahí dentro por un infarto, y estamos esperando a ver si podemos verlo o hablar con algún médico", relatan. "Aquí, nunca se sabe lo que te van a decir; intentas ser optimista, pero somos conscientes de que en cualquier momento nos pueden dar la peor noticia", comentan con lágrimas en los ojos. Llegamos hasta la sala de Hemodinámica para conversar son el jefe de este servicio, José Suárez de Lezo. Tras esperar un rato, nos comunican que se ha complicado una intervención y que, lógicamente, no nos puede atender en ese momento. A continuación, nos dirigimos a la planta de hospitalización para visitar a Ignacio de las Heras, un vecino de Villa del Río que ya ha pasado por dos cateterismos este año. "Creía que no salía de ésta", afirma, aunque "el dolor en el corazón ya se me ha quitado". Fue operado el mismo día que hacía 63 años y como regalo recibió la solución a su enfermedad y un cumpleaños feliz cantado por todo el equipo en el propio quirófano. La supervisora de la planta, Mari Paz Pérez, se detiene en el protocolo de acogimiento. "Cuando llega el enfermo, nos presentamos, le enseñamos su habitación y valoramos si necesita alguna atención especial". Aquí, el trato humano es tan importante como los avances médicos, pues profesionales y pacientes comparten la misma esperanza.