¡Pues es lo que exclamaba un maestro joven, celoso de su profesión
pero sumido en una incipiente depresión! Los papeles que nos comen
--repetía--. Todo son papales y más papeles que nos exigen y no sé
para qué. No estudié para administrativo sino para maestro, y es cada
día más difícil serlo: una barbaridad de exigencias que nos restan
tiempo y que, prácticamente, no sirven para nada. Y mientras así se
desahogaba el joven compañero, por mi cabeza desfilaban alumnos que
precisan atención exclusiva, alumnos que esperan, no solo enseñanzas,
sino afecto, motivación, cercanía, etc. de sus maestros, alumnos y
alumnas que acuden cada día a las aulas, ajenos al papeleo que circula
por manos de sus tutores y que muy poco o nada repercute en lo que
buscan, en lo que esperan, en lo que precisan para su presente y,
sobre todo, para su futuro. Desde mi punto de vista, para que un buen
gestor del tipo que sea alcance objetivos y logre allanar caminos,
despejar follaje y dar lugar a un día mejor, necesita, en primerísimo
lugar, que el trabajo le resulte placentero en lo que pueda, así como
también un mínimo de autonomía para realizarlo. Claro está que los
resultados deben ser evaluados por quienes recaiga la responsabilidad
de hacerlo pero sentir la opresión, el acoso de exigencias que lo
distraigan, lo depriman y alejen de su principal cometido, es algo que
se debería evitar. Siempre he creído, y lo sigo creyendo, que lo que
un maestro debe enseñar cabe en el hueco de una mano, porque el
verdadero maestro no es un adiestrador de normas preestablecidas o
impuestas. El verdadero maestro trabaja con sueños propios, más los de
sus alumnos. El maestro por excelencia es el que sabe que trabaja con
personas y no con cosas y, por supuesto, no con papeles. El deprimido
joven afirmaba: Con el papeleo trabajo más como administrativo que
como maestro.
miércoles, 10 de noviembre de 2010
Los papeles que nos comen
10/11/2010 ISABEL AGÜERA