(Diario Córdoba)
Pues resulta que a medida que cumplo años, voy necesitando más y más
de un pueblo, de una plaza, una iglesia, unas campanas, una esquina y
hasta escalones por la calle donde sentarme y escuchar el ladrido de
perros, oler el humo de rastrojos, (¿y estas cosas existen?) o,
sencillamente, participar del trajinar de la gente en su ir y venir en
cotidianidades y rutinas. Es cierto aquello de que la vida es
simplemente un mal cuarto de hora formado por momentos exquisitos.
Sucede que la exquisitez de los momentos se difumina, cuando nos
referimos a convivencia, dada la aridez de las ciudades por donde uno
camina entre muchedumbres silenciosas que sin ir a ninguna parte,
corren que vuelan. Pero he aquí que, desde hace años, un rincón de
nuestra ciudad, un barrio nuevo, muy próximo a mi casa, Plaza Escultor
Ruiz Olmo, ubicado en los antiguos terrenos de Cepansa, con grandes
pinceladas de modernidad, se ha convertido en el cálido regazo donde
encuentro perfecto escenario que, como oasis de convivencia entre
vecinos, me sitúa en un presente de vida que late a todas horas. Y son
niños que juegan en sus grandes pistas deportivas, y son mayores que
sentados en bancos o poyetes rememoran sin miedo su pasado, y son
pandillas de adolescentes que, cargados de sueños, proyectan su
mañana, y son padres y madres que, en corrillos y animada charla,
vigilan, descansan- viven, y es su gran salón social animado cada día
por celebraciones y reuniones. ¡Ojala proliferara esta idea de
barrios, de ciudades! La gente necesita conocerse, hablarse, amarse,
proyectarse... No basta con ser vecinos, como lo somos todos, e
ignorar, quién sufre, quién está solo, etcétera, bajo nuestro mismo
techo. Qué verdad aquello de- hemos aprendido a volar como los
pájaros, a nadar como los peces; pero no hemos aprendido el sencillo
arte de vivir como hermanos.