El autor de los Crucificados del Descendimiento y la Clemencia dejó en Córdoba una amplísima producción escultórica
POR ANTONIO VARO / CÓRDOBA abc
Día 22/03/2012 - 10.06h
Llegó a Córdoba en los primeros meses de la Guerra Civil, y poco después ya tenía dos obras escultóricas en la ciudad. Se llamaba Amadeo Ruiz Olmos, había nacido en 1913 en Sedaví (Valencia) y llegó a nuestra ciudad huyendo de las balas. «Estuvo a punto de ser fusilado por el mero hecho de haber sido monaguillo», explica Pablo Lorite, un cofrade ubetense que ha publicado recientemente una monografía sobre el artista. Llegó a Peñarroya-Pueblonuevo con el bando republicano —«el mismo que había querido liquidarlo», explica Lorite— pero desertó en Espejo y se refugió en la capital.
En 1938 realizó el Cristo del Descendimiento para la cofradía fundada unos meses antes en la iglesia del Campo de la Verdad. También por esos días labró la Virgen de los Caminantes, que se colocó en una hornacina de la Catedral, frente al Triunfo, y que hoy se custodia en el interior. Y aunque aquí era totalmente desconocido, ya había empezado en tierras levantinas su carrera de escultor.
En el año final de la contienda esculpe el Cristo de la Clemencia para la hermandad de los Dolores, pero éste, a diferencia del anterior, hubo de esperar aún diez años para salir en procesión, pues la cofradía retrasó hasta 1949 la incorporación de su segundo titular.
Obra abundante
Al acabar la guerra, y con el deseo de asentarse en la ciudad, volvió brevemente a Valencia para contraer matrimonio, regresó a Córdoba y compaginó la creación de su obra con su trabajo como profesor en Artes y Oficios. Sin embargo, aunque permaneció en Córdoba hasta su jubilación —tenía el estudio en la plaza del Profesor López Neyra—, no volvería a tallar ninguna imagen titular para cofradías de la capital. Eso sí, hizo en 1957 los ángeles pasionistas que ocupan las esquinas en el paso del Cristo del Remedio de Ánimas y a mediados de los sesenta el grupo escultórico, todo él en talla completa, que acompañó al Cristo del Descendimiento hasta 1992 y que se custodia en la casa de hermandad.
Los años de la República y la guerra habían provocado daños inmensos en el patrimonio artístico y religioso, y en los años de la posguerra hubo mucho trabajo para imagineros y escultores. Así, Ruiz Olmos participó en la creación de imágenes de muchos pueblos que sustituyeron las que habían sido destruidas: a modo de ejemplo están citar la Virgen de la Salud de Castro del Río, la del Campo de Cañete de las Torres o la Esperanza de Puente Genil, que fue su primera Dolorosa.
Su producción tanto civil como religiosa fue amplísima, ya que el catálogo de sus obras incluye más de 800 piezas, y aún quedan algunas sin registrar. Abarcó todas las posibilidades del arte escultórico: imaginería, retablos, retratos, relieves, monumentos funerarios, estatuas en la calle… «Tampoco tenía limitaciones en los materiales —señala Pablo Lorite— y lo mismo hacía obras en madera, piedra artificial, mármol o bronce». Muchas de sus obras se pueden admirar en las calles de Córdoba, (estatuas de Séneca, Averroes, Maimónides, Ibn Hazm, Góngora, Triunfo del Puente de San Rafael, Fray Albino, los cuatro Califas de la Plaza de Toros…), cementerios (mausoleo de «Manolete» o panteón de los López Cubero en la Salud), instituciones (busto de Séneca en la Real Academia) y en la propia Catedral (losas funerarias de los obispos Pérez Muñoz y Fray Albino, además de algunas imágenes).
Además de la imaginería reseñada para cofradías, dejó obras de gran importancia, aunque algunas no están expuestas al público: es el caso de un espléndido misterio del Nacimiento realizado para la parroquia de la Trinidad, que hace años que no se exhibe en las fiestas navideñas. También salieron de su gubia —entre otras muchas— una imagen de Santa Victoria para la parroquia del Barrio del Naranjo y otra de Santa Emilia de Rodat de la capilla del Colegio de la Sagrada Familia (Francesas).
«La mayor parte de su obra se reparte entre las provincias de Córdoba y Jaén, sobre todo en la zona limítrofe, aunque hay obras suyas en La Mancha y hasta en el País Vasco», comenta Lorite, que añade que «hay obras suyas en Baeza, Úbeda, Lopera, Porcuna, Montoro, Villa del Río, Cañete y otros muchos pueblos». Pero no ha tenido suerte Ruiz Olmos con la valoración estética y técnica de su obra, pues se le han reconocido calidades «escultóricas» en detrimento de las puramente imagineras. Pablo Lorite lo niega: «Es un gran imaginero y un gran retratista, muchas de sus figuras estaban basadas en modelos reales, y en sus misterios y grupos escultóricos las distintas efigies "hablan" y se comunican con gran expresividad».
«Restauraciones»
Bastantes de sus imágenes, no obstante, han sido «restauradas» de modo que se han eliminado algunos de los rasgos de su estilo, como el tono claro de la encarnadura, sobre el que se han añadido pátinas oscurecedoras que no responden a los designios del autor; en algún caso, incluso, el rostro ha sido eliminado para ser sustituido por otro tallado por el «restaurador».
Pasó sus últimos años en Madrid. En 1988, cinco años antes de su muerte, entregó a la hermandad del Descendimiento el modelo en escayola de la imagen titular, que durante varias décadas él quiso que presidiera el taller donde iba creando su obra. Murió en la capital de España, y dejó inconclusa su última obra, destinada a ser su propio mausoleo y llena de simbolismo.