Oscar Estruga nace en Vilanova i la Geltrú (Barcelona) en 1933, donde se formó como perito industrial. Su pasión por el dibujo y la pintura le llevaron a iniciar su formación artística con el pintor Masana i Mercadé. En 1957 expone por primera vez en Barcelona y un año después, a los 25 años, decide trasladarse a Madrid, para continuar sus estudios en la Escuela de Artes y Oficios y en el Círculo de Bellas Artes. Aunque se instala en Madrid, su obra siempre posará su mirada en Cataluña y especialmente en el Mediterráneo, testigo de todas las culturas que se han ido acercando durante siglos a sus costas y que se asentaron en sus orillas.
Después de un viaje a París en 1964, empieza a interesarse por la escultura, en la que se puede apreciar una huella permanente de sus dibujos. En 1966 recibe la prestigiosa beca de la Fundación Juan March y realiza varias esculturas urbanas como el Monumento a la Mecanización del Campo, en la Ciudad Universitaria de Madrid (1969) y la maravillosa Pasifae, que se ha convertido, por su originalidad y belleza, en un icono de su ciudad natal, Vilanova i la Geltru.
Excelente dibujante, también trabaja el grabado y produce gran cantidad de estampas en distintos soportes y con distintas técnicas. Sus ilustraciones acompañan joyas editoriales como el Libro de los Sonetos (1966), el Libro del Buen Amor y el Rubayat (1967), así como la Égloga I de Garcilaso de la Vega (1978).
En la década de los sesenta, especialmente tras su participación en la Exposición Nacional de Artes Plásticas, las exposiciones empezarán a sucederse, hasta hoy, con gran asiduidad, no solo en España sino también en el extranjero, de las que habría que destacar las Bienales de São Paulo (1969 y 1974), Bélgica, Yugoslavia o Grecia, que lo convierten en uno de los escultores catalanes más originales e interesantes, en un referente de la escultura española del siglo XX, vigente en el siglo XXI.
Un escultor que recrea e inventa mundos antiguos, que hacen referencia a la cultura griega y a la cultura cicládica, que toma prestados sus mitos, de los que se burla o a los que somete a su original mirada. Toros felizmente conducidos por mujeres, venus prehistóricas envueltas en un halo de erotismo, que reinventa y adapta al presente. Sus periplos mitológicos le llevan, en ocasiones, muy lejos, a las culturas precolombinas, buscando, incansable, la esencia del arte, sus formas esenciales.