jueves, 21 de agosto de 2008

Catástrofe en Barajas, 153 muertos y 19 heridos

El MD-82 de Spanair tuvo primero un fallo en un sensor, volvió y en un segundo intento de despegue cayó, se partió en dos y ardió

CRUZ MORCILLO MADRID(ABC.es)
Publicado Jueves, 21-08-08
El vuelo JK 5022 de Spanair (Madrid-Las Palmas) tenía anunciada su salida a las 13.05 de la tarde de ayer. Una pareja telefoneó a su abuelo a Canarias: el avión se retrasaba, había algún problema, era posible que incluso cambiaran de aparato. A las 14.20 horas el MD-82, con 162 pasajeros —entre ellos dos bebés— y diez tripulantes inició la maniobra de despegue, el momento más delicado del vuelo. Era el segundo intento.

El comandante de otra aeronave que tomaba tierra en la pista de enfrente, procedente de Ecuador, comentó: «Ese avión no despega». Lo hizo, se elevó en el aire desde la pista 36 izquierda de Barajas, al parecer con dificultad, hasta una altura «escasa»; se le incendió un motor o le pudo afectar un golpe de viento; el aparato se desequilibró, el ala tocó el suelo y provocó la explosión del depósito cargado de queroseno. El avión se partió en dos y comenzó a arder hasta quedar volcado junto a las pistas al lado del río Jarama, despedazado, con el fuselaje esparcido como migas de galleta, salvo la cola. La primera pieza del avión recuperada se encontró sobre el cemento. Eran las 14.28 horas. «No veíamos avión, sólo restos», explicó un trabajador de Barajas.

Un minuto después entraba la llamada en Emergencias: «Posible accidente aéreo en el Km 19 de la A-1». La tragedia ya estaba escrita, pero en ese momento sólo se adivinaba en la imponente columna de humo que se alzaba sobre Madrid. Helicópteros (seis), bomberos (más de un centenar), ambulancias, Guardia Civil y Policía (medio millar), Cruz Roja, personal del aeropuerto... Otra vez la ciudad en vilo. El relato del jefe del dispositivo de emergencias, Ervigio Corral, horas después, cuando ya se sabía que había muchos muertos (153 al cierre de esta edición), era espeluznante. Los cadáveres estaban dispersos, encharcados en el riachuelo muchos de ellos, mezclados con ramas y piedras, con cuerpos de niños —viajaban 20 menores— que recordaron a los equipos de rescate la matanza del 11-M. El personal de salvamento trabajó a destajo, unos apagando llamas —las zonas aledañas de pasto también se carbonizaron y los restos del aparato estuvieron ardiendo más de dos horas—, otros sacando víctimas quemadas. Veintiocho personas fueron rescatadas con vida; el resto se la dejaron en el avión. Entre la tarde y la noche, varios heridos murieron. «Estaban destrozados, abrasados. Es un milagro que alguien esté vivo», murmuraba entre lágrimas uno de los agentes. Dicen quienes estuvieron allí que no se oía ni un lamento, sólo un terrorífico silencio y voces apagadas, desconcertadas.

Comenzó entonces el desfile de camillas y ambulancias y aún con la información colgada de pinzas no se aventuraba nada bueno porque bajo las mantas las pieles de los supervivientes estaban ennegrecidas. Los hospitales de Madrid, la ciudad entera activó el protocolo de grandes catástrofes al que nos obligó el maldito 11-M.
Los escenarios de la incredulidad, primero, y del dolor, más tarde, se situaron en varios planos. Cada uno a su ritmo, todos endiablados. En la zona del accidente, anoche aún seguían buscando restos o cadáveres, dada la confusión de cifras y el destrozo hallado. Una zodiac y decenas de agentes peinaban la ribera y el agua del Jarama. Otros compañeros rastreaban pistas de la tragedia (las cajas negras se recuperaron muy pronto) para recomponer el puzzle de la investigación que se avecina largo.
Tres niños, heridos

Decenas de médicos se afanaban en varios hospitales —La Paz, Ramón y Cajal, Infanta Sofía, 12 de Octubre, Niño Jesús y Princesa— para atender las gravísimas quemaduras o fracturas de los pacientes —anoche había ingresadas 19 personas, de ellas 12 graves y dos muy graves—. Dos de los supervivientes aún no están identificados. Hay tres niños de 6, 8 y 11 años.
Al aeropuerto de Madrid y al de Las Palmas acudían familiares descompuestos, sin noticias, sin un teléfono al que agarrarse porque al otro lado sólo había silencio. AENA habilitó una sala especial para atenderlos y los psicólogos llegaron con sus palabras de imposible consuelo. La lista de pasajeros, los nombres que separaban la muerte de la vida, bailando como siempre. La esperanza se repetía hasta que Spanair dio los nombres pasadas las diez de la noche. El gabinete de crisis, con su correspondiente sala de crisis, ya estaba a pleno rendimiento. Allí acudieron ministros, el alcalde, consejeros y concejales, miembros del Gobierno y de la oposición. Los familiares, rotos, abandonaron el aeropuerto entre lágrimas, quejándose del trato recibido y gritando algunos que «el avión estaba roto».
Desde el mismo escenario de dolor y muerte —esta es la mayor tragedia aérea en Madrid desde el accidente del monte Gurugú que se cobró la vida de 180 personas— partieron los coches fúnebres, otra vez con los crespones de muerte hacia el mismo lugar fatídico, el pabellón 6 del Ifema, habilitado hace cuatro años tras los atentados de los trenes. Allí se llevarán a cabo las penosas identificaciones, las autopsias y el reconocimiento de objetos personales. Las familias empezaron a llegar desde media tarde; a preguntar los menos, a velar a los seres queridos los más.
En el Ifema aguardaban asimismo los forenses y policías movilizados para poner nombre y apellidos a cuerpos en algunos casos irreconocibles. El trabajo será muy rápido con el fin de restar incertidumbre al dolor y a la tragedia. Seguro que habrá ingleses y alemanes, «fans» de las Canarias y de su sol, de ahí que representantes diplomáticos de ambos países acudieran al aeropuerto y al Ifema. Los consulados de varios países se quejaron por la falta de información de la compañía y del Gobierno.
Nadie sabe todavía qué le pasó al avión que Spanair compró hace 9 años aunque el aparato tenía una antigüedad de 15. La última revisión anual la había pasado el 24 de enero, según la compañía aérea; en 2007 según la ministra de Fomento. ¿En qué consistió la primera anomalía que obligó al avión a volver? Según un comandante de Air Europa, el retraso se debió a un problema en el indicador de temperatura, «completamente ajeno a lo que sucedió después». Otras versiones no oficiales señalaban que hubo un primer despegue.
Un técnico de mantenimiento de Spanair relató a ABC que el retraso se produjo tras detectarse un fallo en la calefacción del sensor de temperatura exterior, que fue posteriormente reparado, según fuentes oficiales de la compañía —esa versión la niega el técnico—. Sí coinciden en que se trataba de un problema menor no vinculado con el siniestro.
La ministra Magdalena Álvarez detalló que la aeronave había salido antes de Barajas, pero volvió por una incidencia. «Sabemos que el avión regresó; el contenido de las decisiones que se tomaron se averiguará a través de la caja negra y la documentación». «Levantó las ruedas delanteras y seguramente también las traseras, pero eso también se está investigando», explicó Álvarez.
Procedente del puente aéreo
Ahora le toca trabajar a la comisión designada. Está compuesta por siete personas que están recogiendo todo tipo de muestras: imágenes, tejido, documentación. Sus conclusiones, sentenció la ministra, permitirán exigir responsabilidades y evitar que se repita un accidente como éste. El director comercial de Spanair señaló que planeaban retirar los aviones de la «familia» McDonald Douglas, pero eso no significaba, según él, que el aparato fuera a dejar de volar. El MD-82 había llegado a Madrid a las 10.13 minutos de la mañana, procedente del puente aéreo de Barcelona. No hubo incidencias, al menos no han trascendido, en ese vuelo previo. Todas se acumularon después.