Desde el recuerdo
05.06.10 - 00:28 - JESÚS GONZÁLEZ DE LA TORRE |
En los años de la posguerra española el único centro de reunión de aquellos que practicaban algún arte incluido el de la disidencia con el régimen era el madrileño café Gijón. Allí, envueltas en una intensa nube de humo que podía cortarse con un cuchillo se encontraban numerosas tertulias literarias, teatrales o plásticas. Una de las más destacadas - hoy una placa la recuerda - era la presidida por el escultor Cristino Mallo a la que perteneció Delhy Tejero. Muchas tardes de entre las cortinas de la puerta giratoria del café hacía su aparición, con cara de sorpresa, una mujer de figura menuda, de tez cetrina, con redondas gafas oscuras, casi negras, envuelta en un abrigo color beig, como de piel de camello, del que casi nunca se despojaba, era la pintora zamorana; que por amistad con Cristino Mallo solía sentarse junto a él en silencio. Otros participantes de la tertulia eran lo pintores: Pedro Bueno, Díaz Caneja, Paco Arias, los componentes de la Escuela de Madrid o Pancho Cossío vecino del estudio de ella en las alturas del Palacio de la Prensa situado en la plaza de Callao 4 de Madrid. Delhy Tejero callaba más que hablaba escribió el crítico de la época Ramón D. Faraldo. La pintora solo rompía su silencio con la llegado esporádica desde Tánger del pintor primer pintor matérico español Juli Ramis alumno de la pintora y a quien ella admiraba por hacerla reflexionar sobre la evolución de la pintura. La silenciosa y lacónica pintora era más locuaz y amable en grupos reducidos; entonces mostraba su desconcierto ante la aparición de nuevos movimientos, se quejaba del exceso de camarillas artísticas en detrimento de su obra, a veces añoraba los años de París donde llegó a exponer con los surrealistas más destacados o sus estancias en Italia en especial de Florencia. Pero al poner fin a sus palabras se volvía a esconder tras la oscuridad de sus gafas sumiéndose en prolongados silencios propios de una persona solitaria, doliente y distante que la convertía en un enigmático y misterioso personaje.
Muchas veces no se sabía si iba o venía de algún sitio. Por su personalidad melancólica poseía una relación de amor-odio hacia el café Gijón, de ahí sus apariciones y desapariciones. Un día del mes de marzo de 1968 desapareció definitivamente del café, no volvió más. Poco después una exposición en la galería Urbis de Madrid la recordaría con una muestra de sus obras, catálogo que conservo.
En los últimos años, influida por la escuela madrileña, cansada, desasosegada, en una búsqueda de no se sabe qué, se acercó al paisaje castellano en actitud de asombro y humildad franciscana que de resultado dará una visión primitiva, melancólica y personal de estas tierras. Más al final, todo acabará bien, como la gran mística Julia de Norwich decía.