Pura Rus, ex empresaria y ex candidata por el CDS en la Transición democrática: «No nos preparan para vernos en el espejo»
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Domingo, 25-01-09
TEXTO: ARISTÓTELES MORENO
(ABC.es)
CÓRDOBA. Su paso por la primera línea política fue como el de una estrella fugaz, que se desintegra en cuanto toma contacto con la atmósfera. O sea, con la realidad. No tenía fuste político, ni vocación de perdurabilidad y su estela se desvaneció tan rápido como emergió. Pura Rus llegó hace más de 25 años al CDS con una maleta de sentido común y otra cargada de quimera democrática de la Transición. Y decía cosas tan tiernas como ésta: «Si yo veo a un oponente con ideas con las que comulgo, desde luego que las apoyaré». Así duró lo que duró. Un suspiro. Peor llevó contemplar su rostro en un cartel en las elecciones municipales.
-Uy qué vergüenza. Cuando iba conduciendo por Córdoba y, de pronto, me veía en los carteles... ay Dios mío. Luego te acostumbras y llegué a tener una sensación muy bonita.
Conoció a Suárez, de quien guarda una más que grata impresión personal. Y fue a él a quien le transmitió su contrariedad por tener que someterse a la disciplina de partido. Adolfo Suárez, fundador de UCD y CDS y primer presidente de la España democrática, la animó a que defendiera su «verdad» personal por encima de cualquier tipo de imperativo. «Vaya hombre», exclama ahora con admiración.
Pura Rus nació en Jaén en 1934, pero con tan sólo un mes su familia se trasladó a Madrid justo antes del estallido de la Guerra Civil. De la fratricida contienda del 36 aún mantiene vivos algunos recuerdos pese a su niñez. «El ruido de las sirenas y las carreras hasta los refugios no se olvidan nunca». La situación se deterioró tanto en la capital de España que su padre, chófer de la Cruz Roja, protagonizó una rocambolesca huida a través de la línea de frente.
Su primer contacto con Andalucía fue años después en Villa del Río. Y más tarde se trasladó a Córdoba, donde su familia se dio de bruces con una ciudad provinciana y refractaria a los tímidos aires de renovación. «A mi madre la señalaban porque iba con tacones, vestía sin mangas y un día se sentó en un bar y se fumó un cigarro. Y a mi padre le afearon que nos llevara al río a nadar porque no estaba bien que yo, una niña, se pusiera en bañador».
Desde muy pequeña desarrolló un «vicio» que le ha acompañado toda la vida, la lectura, que practicaba a hurtadillas para no hacer gasto de luz durante la noche. A los 16 años ya se había leído a todos los clásicos rusos y aquello, en aquel tiempo, era poco menos que pecado mortal. Hasta su confesor, un capuchino, le previno contra los riesgos espirituales de leer a Dostoievski o Tolstoi. «Esta gente se montaba unas películas que yo nunca he llegado a comprender: ver el mal donde no lo hay».
Se casó pronto y pronto también empezó a frecuentar el Círculo Cultural Juan XXIII, que acabaría convirtiéndose en un hervidero de antifranquistas.
-Sería consciente de que el Juan XXIII era zona prohibida.
-Claro. Y cuando mi marido se enteró, no le gustó mucho.
-¿Él no participaba de su forma de ver el mundo?
-El caso es que él era un hombre liberal, más un tecnócrata quizás, con una cultura fantástica y un genetista extraordinario. Pero no lo podías sacar de ahí. A él le hacía mucha mella el qué dirán y a mí eso me resbaló toda mi vida.
-¿Y qué hacía una liberal como usted en un sitio dominado por comunistas?
-El Juan XXIII era un sitio donde se podía hablar de todo. No hacíamos nada malo ni éramos terroristas.
Al mundo de la empresa llegó por buscar un respiro en las obligaciones maternales y tras la repentina muerte de su marido. De pronto, se vio al frente de una fábrica que daba empleo a casi 80 trabajadores y con un balance más que complicado en su cuenta de resultados. «Yo esperaba que los trabajadores hubiesen colaborado, pero eso es pensar en un cuento de hadas. En noviembre de 1973 cerré y malvendí casi todo para poder dormir tranquila».
-¿Qué sabor de boca le dejó su inmersión en la política?
-Ni amargo ni dulce. En Córdoba no se puede hacer nada. Tenemos lo que nos merecemos.
-¿Y qué es lo que tenemos?
-Unos políticos con los que no estoy de acuerdo. Me llevo bien con ellos, incluso con Rosa Aguilar, y aunque no la he votado es mi alcaldesa. Es una mujer que valoro y a Julio (Anguita) lo estimé mucho más pero se salió de madre. Lo que no se puede es que te pongan cortapisas para cualquier cosa. Y después ves a equis personas que hacen unas naves ilegales y se las consienten.
-¿A qué aspiró?
-A renovar y a darle un empuje a Córdoba. Yo iba por la cultura y por dar una oportunidad a la juventud.
--¿Y la Transición democrática qué sabor le dejó?
-Lo bueno es que se podía hablar. En Córdoba todavía hay gente que me estima y dice que la pena es que sea comunista.
-Los liberales no tenían espacio.
-Pues no. A ver si por lo menos aprendemos lo que es la democracia.
-¿Hemos aprendido algo después de 30 años?
-Sí, pero con gente muy limitada. Hay quien se monta en su borriquito y no se baja.
-¿También fue víctima del desencanto?
-Sí. Teníamos esperanza y yo decía que esto iba a cambiar por completo. Y después ves que los políticos empezaron a barrer para dentro y los Ayuntamientos a llenar sus arcas.
-¿Fue usted la primera empresaria de Córdoba?
-Bueno, había empresarias buenísimas. Como por ejemplo Angelita, la hija de Baldomero Moreno, que era una empresaria como la copa de un pino y valía mucho más que su hermano. Pero como era mujer...
-¿Y cómo se atrevió en aquella Córdoba tan machista?
-Me encontré con muchos problemas, claro. Me llamaron de Madrid para una reunión de empresarias del mundo y me propusieron para presidenta en Córdoba. Cuando vine, las convoqué pero aparecieron tres. Esto es Córdoba.
-¿Queda mucho para la igualdad?
-Yo creo que sí, por desgracia. Confío mucho en esta juventud. Por lo pronto, las universidades ya están llenas de mujeres y éstas son las que de verdad empujan.
-¿Ha hecho todo lo que tenía que hacer en la vida?
-(Silencio) No. Lo he intentado, pero no.
-¿Qué es lo que más tarda un ser humano en descubrir?
-Contar con sus propias limitaciones; conocerse a sí mismo.
-¿Y por qué es tan difícil conocerse a sí mismo?
-Porque no nos preparan para vernos delante del espejo.
-Nos duele vernos como somos.
-A mí no. Pero no nos han enseñado a aceptarnos con nuestras limitaciones. Y con nuestro afán de superación, que ahí está el ser humano. Lo más horrible es morirte sin haber aprendido, sin haber puesto de ti. Yo pongo de mí en todos los niveles: en mis hijos, en mi físico, en mi enfermedad. Para mí, las personas, los animales y las plantas son fundamentales.
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Domingo, 25-01-09
TEXTO: ARISTÓTELES MORENO
(ABC.es)
CÓRDOBA. Su paso por la primera línea política fue como el de una estrella fugaz, que se desintegra en cuanto toma contacto con la atmósfera. O sea, con la realidad. No tenía fuste político, ni vocación de perdurabilidad y su estela se desvaneció tan rápido como emergió. Pura Rus llegó hace más de 25 años al CDS con una maleta de sentido común y otra cargada de quimera democrática de la Transición. Y decía cosas tan tiernas como ésta: «Si yo veo a un oponente con ideas con las que comulgo, desde luego que las apoyaré». Así duró lo que duró. Un suspiro. Peor llevó contemplar su rostro en un cartel en las elecciones municipales.
-Uy qué vergüenza. Cuando iba conduciendo por Córdoba y, de pronto, me veía en los carteles... ay Dios mío. Luego te acostumbras y llegué a tener una sensación muy bonita.
Conoció a Suárez, de quien guarda una más que grata impresión personal. Y fue a él a quien le transmitió su contrariedad por tener que someterse a la disciplina de partido. Adolfo Suárez, fundador de UCD y CDS y primer presidente de la España democrática, la animó a que defendiera su «verdad» personal por encima de cualquier tipo de imperativo. «Vaya hombre», exclama ahora con admiración.
Pura Rus nació en Jaén en 1934, pero con tan sólo un mes su familia se trasladó a Madrid justo antes del estallido de la Guerra Civil. De la fratricida contienda del 36 aún mantiene vivos algunos recuerdos pese a su niñez. «El ruido de las sirenas y las carreras hasta los refugios no se olvidan nunca». La situación se deterioró tanto en la capital de España que su padre, chófer de la Cruz Roja, protagonizó una rocambolesca huida a través de la línea de frente.
Su primer contacto con Andalucía fue años después en Villa del Río. Y más tarde se trasladó a Córdoba, donde su familia se dio de bruces con una ciudad provinciana y refractaria a los tímidos aires de renovación. «A mi madre la señalaban porque iba con tacones, vestía sin mangas y un día se sentó en un bar y se fumó un cigarro. Y a mi padre le afearon que nos llevara al río a nadar porque no estaba bien que yo, una niña, se pusiera en bañador».
Desde muy pequeña desarrolló un «vicio» que le ha acompañado toda la vida, la lectura, que practicaba a hurtadillas para no hacer gasto de luz durante la noche. A los 16 años ya se había leído a todos los clásicos rusos y aquello, en aquel tiempo, era poco menos que pecado mortal. Hasta su confesor, un capuchino, le previno contra los riesgos espirituales de leer a Dostoievski o Tolstoi. «Esta gente se montaba unas películas que yo nunca he llegado a comprender: ver el mal donde no lo hay».
Se casó pronto y pronto también empezó a frecuentar el Círculo Cultural Juan XXIII, que acabaría convirtiéndose en un hervidero de antifranquistas.
-Sería consciente de que el Juan XXIII era zona prohibida.
-Claro. Y cuando mi marido se enteró, no le gustó mucho.
-¿Él no participaba de su forma de ver el mundo?
-El caso es que él era un hombre liberal, más un tecnócrata quizás, con una cultura fantástica y un genetista extraordinario. Pero no lo podías sacar de ahí. A él le hacía mucha mella el qué dirán y a mí eso me resbaló toda mi vida.
-¿Y qué hacía una liberal como usted en un sitio dominado por comunistas?
-El Juan XXIII era un sitio donde se podía hablar de todo. No hacíamos nada malo ni éramos terroristas.
Al mundo de la empresa llegó por buscar un respiro en las obligaciones maternales y tras la repentina muerte de su marido. De pronto, se vio al frente de una fábrica que daba empleo a casi 80 trabajadores y con un balance más que complicado en su cuenta de resultados. «Yo esperaba que los trabajadores hubiesen colaborado, pero eso es pensar en un cuento de hadas. En noviembre de 1973 cerré y malvendí casi todo para poder dormir tranquila».
-¿Qué sabor de boca le dejó su inmersión en la política?
-Ni amargo ni dulce. En Córdoba no se puede hacer nada. Tenemos lo que nos merecemos.
-¿Y qué es lo que tenemos?
-Unos políticos con los que no estoy de acuerdo. Me llevo bien con ellos, incluso con Rosa Aguilar, y aunque no la he votado es mi alcaldesa. Es una mujer que valoro y a Julio (Anguita) lo estimé mucho más pero se salió de madre. Lo que no se puede es que te pongan cortapisas para cualquier cosa. Y después ves a equis personas que hacen unas naves ilegales y se las consienten.
-¿A qué aspiró?
-A renovar y a darle un empuje a Córdoba. Yo iba por la cultura y por dar una oportunidad a la juventud.
--¿Y la Transición democrática qué sabor le dejó?
-Lo bueno es que se podía hablar. En Córdoba todavía hay gente que me estima y dice que la pena es que sea comunista.
-Los liberales no tenían espacio.
-Pues no. A ver si por lo menos aprendemos lo que es la democracia.
-¿Hemos aprendido algo después de 30 años?
-Sí, pero con gente muy limitada. Hay quien se monta en su borriquito y no se baja.
-¿También fue víctima del desencanto?
-Sí. Teníamos esperanza y yo decía que esto iba a cambiar por completo. Y después ves que los políticos empezaron a barrer para dentro y los Ayuntamientos a llenar sus arcas.
-¿Fue usted la primera empresaria de Córdoba?
-Bueno, había empresarias buenísimas. Como por ejemplo Angelita, la hija de Baldomero Moreno, que era una empresaria como la copa de un pino y valía mucho más que su hermano. Pero como era mujer...
-¿Y cómo se atrevió en aquella Córdoba tan machista?
-Me encontré con muchos problemas, claro. Me llamaron de Madrid para una reunión de empresarias del mundo y me propusieron para presidenta en Córdoba. Cuando vine, las convoqué pero aparecieron tres. Esto es Córdoba.
-¿Queda mucho para la igualdad?
-Yo creo que sí, por desgracia. Confío mucho en esta juventud. Por lo pronto, las universidades ya están llenas de mujeres y éstas son las que de verdad empujan.
-¿Ha hecho todo lo que tenía que hacer en la vida?
-(Silencio) No. Lo he intentado, pero no.
-¿Qué es lo que más tarda un ser humano en descubrir?
-Contar con sus propias limitaciones; conocerse a sí mismo.
-¿Y por qué es tan difícil conocerse a sí mismo?
-Porque no nos preparan para vernos delante del espejo.
-Nos duele vernos como somos.
-A mí no. Pero no nos han enseñado a aceptarnos con nuestras limitaciones. Y con nuestro afán de superación, que ahí está el ser humano. Lo más horrible es morirte sin haber aprendido, sin haber puesto de ti. Yo pongo de mí en todos los niveles: en mis hijos, en mi físico, en mi enfermedad. Para mí, las personas, los animales y las plantas son fundamentales.